Nació sin ver. Sin oír. Sin hablar. Pero jamás sin voz.
Y lo que logró, todavía hoy, parece imposible.
La ciencia la dio por perdida.
La sociedad, también.
Pero ella no.
En 1887, su vida cambió cuando conoció a Anne Sullivan, la maestra que le enseñó a leer y escribir a través de las manos. Con el alfabeto trazado en su palma, Helen aprendió a comunicarse. Y poco a poco, el silencio se convirtió en palabra.



Fue nominada al Premio Nobel de la Paz y se convirtió en un símbolo de superación mundial.

Es sobre el poder de una voluntad que no acepta límites.
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